Para S. T. Coleridge (1772 - 1834), La comedia de los errores, de Shakespeare, nos sitúa ante una auténtica farsa, en
consonancia con el carácter de la farsa filosófica, muy distinta de
la comedia y del espectáculo de entretenimiento. La auténtica farsa
se distingue de la comedia por la licencias permitidas en la
fábula, necesarias para producir situaciones extrañas y
ridículas. La historia no necesita ser verosímil, es suficiente con
que sea posible. Una comedia tendría consistencia dramática únicamente con la existencia de
los dos Antifolos; en ella se aceptan situaciones de semejanza entre dos personajes físicamente idénticos, fruto de una Naturaleza caprichosa. Sin embargo la farsa va más allá añadiendo otro par de gemelos, los Dromios, cuya presencia se justifica por las reglas y los fines que persigue este género dramático. En una palabra,
la farsa comienza con una concesión, es decir, con una propuesta inverosímil que debe ser
previamente aceptada por todos.
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